Caracas, 4 al 6 de marzo de 1998
Amigos Presidentes y Magistrados de Cortes y Tribunales Supremos, observadores, invitados especiales, señoras y señores.
Cuando tuve al agrado de dirigirme a ustedes, el día miércoles, durante el acto de instalación, lo hice para darles la bienvenida en nombre del país anfitrión. Hoy me toca una tarea más emocionante, hablar en nombre de todos nosotros, los participantes de esta Cumbre que a partir de este momento tenemos un merecido descanso. Siento gran orgullo en dar respuesta, en nombre de los participantes de esta Cumbre, a las expectativas colocadas sobre nuestros hombros por los ciudadanos de nuestros países.
Como dije al inicio de esta Cumbre, para muchas personas era inusitado que los Presidentes de Cortes y Tribunales Supremos de Iberoamérica se reunieran para algo tan distinto que la discusión sobre los avances de la ciencia jurídica. Para ellas, era difícil imaginar que las Cortes formulando conjuntamente una política judicial atendiera al creciente clamor de nuestros pueblos por una mejor administración de justicia. Hoy creo que hemos extinguido estas dudas.
Hemos tocado muy variados temas en las reuniones de trabajo, pero en todos hemos asumido sin vacilar la responsabilidad que nos corresponde ante la historia, desde reafirmar la importancia de la autonomía del Poder Judicial, pasando por discutir las posibles soluciones para la administración penitenciaria, hasta reiterar nuestro férreo compromiso en la lucha contra la corrupción.
Así, lo dinámico de las sesiones de trabajo, la riqueza del aprendizaje mutuo producto del intercambio de experiencias, y la solidez del consenso que hemos alcanzado, dejará una huella imborrable en todos nosotros y en aquellas otras personas que estuvieron presentes, y en quienes han seguido la Cumbre a través de la información, que ha venido circulando nacional e internacionalmente durante estos dos días.
Muchas veces olvidamos todas aquellas cosas que nos han unido a través de la historia. El ciclón de las ocupaciones cotidianas nos hace pensar, erradamente, que nuestros problemas son, entre comillas, "distintos", pero en oportunidades como ésta recordamos que no solamente nos une el derecho, sino también la inmensa responsabilidad institucional que detentamos. Nuestros problemas NO son distintos. Hay variantes, por supuesto, pero la esencia del llamado que hemos recibido de nuestros pueblos también la compartimos.
No creo que nos corresponda repetir en este momento lo que ha quedado plasmado en el documento de conclusiones que produjo esta Cumbre, el cual pasará a ser conocido como la Declaración de Caracas de Presidentes de Cortes y Tribunales Supremos. En nombre de todos los que aprobamos esta declaración, quisiera ratificar nuestro profundo compromiso con los acuerdos que hemos alcanzado y que quedaron plasmados en aquel documento.
Ahora bien, creo que es imprescindible responder a la principal inquietud expresada por muchos de los observadores de esta Cumbre: ¿Cuál será el seguimiento de estos acuerdos? Expreso gran oportunismo y gran optimismo en anunciar que hemos dibujado un Plan de Acción dirigido hacia dos frentes: por un lado convinimos en que aquellos países que somos miembros, apoyarnos en la Organización de Cortes Supremas de Justicia de las Américas y aquellos que no lo son, recibirnos en su seno.
Por otro lado, se decidió la creación de la Unidad Técnica de Seguimiento, con sede en esta Corte, para responsabilizarnos de cooperar con la ejecución del resultado de esta Cumbre. No se trata de crear un nuevo Comité, se trata de que cada Corte y Tribunal Supremo designe un funcionario encargado de mantener una fluida comunicación entre las Cortes y Altos Tribunales de los países aquí presentes. La Unidad Técnica de Seguimiento funcionará como centro de información y catalizador de procesos, y será responsable de un seguimiento de los acuerdos asumidos en esta fructífera y provechosa reunión.
Hemos visualizado, que transcurrido un tiempo prudencial y obtenidos resultados tangibles, se podrá convocar a una nueva reunión con esas mismas características, para evaluar lo realizado y revisar las causas que hayan impedido otros logros.
Insisto, la ejecución la hemos asumido todos los aquí presentes, y cada uno se hará responsable de hacer estos acuerdos una realidad.
No es mi intención tampoco crear la falsa ilusión, propia de discursos retóricos, de que a partir del lunes la administración de justicia en nuestros países habrá cambiado. Pero sí puedo afirmar sin vacilación, que iniciaremos una activa dinámica de intercambio para que fortalezcamos mutuamente nuestras instituciones y enfrentemos con mayor solidez los compromisos que nos esperan.
El gran reto institucional de nuestras democracias es fortalecer la administración de justicia como pieza de equilibrio social, y garante del Estado de Derecho. Para esto, hemos reconocido una vez más que justicia, probidad y eficiencia son los principios que guían los procesos de reforma que estamos liderando.
Estos días han sido de angustia por la responsabilidad que tenemos por delante, pero también han sido días llenos de esperanza. Quizás es porque la angustia es la expresión dinámica de la esperanza.
Quisiera terminar estas palabras con una adaptación libre de unas palabras, a su vez, del ilustre poeta venezolano, Andrés Eloy Blanco, para dejar encendida la llama del compromiso que nos une: La hora de la Justicia está esperándose a sí misma, entre un minutero de angustia y un horario de esperanza, es una hora que suena con periodicidad en la conciencia de nuestros pueblos, y que estamos llamados a impedir que se pierda, en el remolino de las pasiones, como la mirada de un niño, detrás de la mariposa escapada.