jueves, 03 de febrero de 2005
Doctor Elio Gómez Grillo
Discurso de orden con motivo de la apertura judicial del estado Vargas
I



Cuando el señor Juez Rector de Vargas, doctor Idelfonso Ifil Pino, me llamó para ofrecerme el inmenso honor de ser el orador de orden en este acto de apertura del año judicial en el Estado Vargas, era el día 20 de enero, fecha justamente del aniversario 335 de la fundación de mi Maiquetía entrañable. Asocié de inmediato la generosa invitación con la celebración del cumpleaños maiquetieño, porque fué en esa querida tierra de mi ya ¡ay! tan lejana infancia, donde percibí a través de una persona la existencia de eso que llamamos sencillamente la justicia.



Esa persona era un juez de aquellos años, creo que el único que había en Maiquetía el doctor Eudoro Olivares Carías, padre de quien sería un notable jurista y también Juez y Magistrado Judicial, el doctor Carlos Eduardo Olivares Bosque. La imagen física que a mis ojos infantiles ofrecía el Juez Eudoro Olivares Carías -lo recuerdo bastante bien- era la de un hombre blanco, de mirada limpia, de baja estatura, con sombrero, y andar un tanto apresurado, cuya presencia inspiraba mucho respeto. Yo oía decir que él era el Juez, que escribía versos y que había sido sacerdote. El fue la personificación de algo diferente, inmaterial, un poco esotérico, pero poderoso y superior, que después supe, con los años, que se trataba de la justicia. La justicia. Lo cierto es que desde entonces, el estereotipo que la infancia dibuja de las cosas, me llevó a identificar a la justicia con aquella tranquila dignidad que ofrecía el rostro del juez Olivares Carías. El era para mí el paradigma de la justicia.



Sí. Aquella tranquila dignidad que brotaba del rostro del juez de mi pueblo maiquetieño, siguió siendo para mí, durante muchos años, el rostro de la justicia. Tiempo, tiempo después, leyendo a Platón, encontré en uno de sus diálogos, que cuando Sócrates le pide a su discípulo Cármides una definición de la sabiduría, el alumno no vacila en responderle que la sabiduría consiste en hacer todo lo que se hace con tranquila dignidad. Pude entonces asociar aquella justicia que yo veía en la tranquila dignidad del rostro del juez de mi infancia con la sabiduría que mostraba el diálogo platónico. Es decir, se trata de que la justicia sea una forma de sabiduría. Recordemos que el mismo Sócrates enseñaba que la bondad y por ende la justicia, la practica quien la conoce. El hombre sabio las conoce y por eso es bueno y por eso, naturalmente, es justo. Se trata de la postura que los manuales de Filosofía identifican como el Eudemonismo socrático. Esto es, la sabiduría es igual a bondad y es igual a justicia. El malo y el injusto son malos e injustos, por ignorancia, porque no conocen el bien ni conocen la justicia.



Cuando uno llega a los bancos universitarios, le muestran prontamente a Justiniano, quien nos enseña el primer latinazo que debemos memorizar en la cátedra de Derecho Romano: ¿Justitia est constans et perpetua voluntas jus suum cuique tribuendi¿: ¿La justicia es la firme y constante voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde¿. Pero lo que no nos dijo Justiniano que es lo que le correspondía a cada quien. Aún no lo sabemos.



En la misma cultura romana hallamos la clásica definición de Cicerón: ¿Justitia omníum est domina et regína virtutum:¿ ¿La justicia es reina y señora de todas las virtudes.¿ Y la de San Agustín: ¿Sin la justicia, ¿que son los reinos sino una partida de salteadores?¿. Y a Joubert, ya en los siglos XV y XVI, quien nos aproxima otra vez a Sócrates, al considerar que ¿la justicia es la verdad en acción¿. Aristóteles enseñaba que ¿la justicia es la más excelente de todas las virtudes¿. Y no olvidemos la frase atribuida al Emperador Fernando I, Rey de Hungría en el siglo XVI, quien nos dejó dicho aquello de ¿hágase justicia y perezca el mundo¿. Pero por el contrario, habría que leer a Anatole France, clásico escritor francés, Premio Nobel de Literatura en 1921, para enterarnos de que él creía que ¿la justicia es la suma de todas las injusticias acumuladas¿. Y si hurgamos en la obra de Oscar Wilde, el gran escritor inglés del siglo XIX, hallamos que, manejando su conocida mordacidad, él afirmaba con sorna, irónicamente, que ¿la única diferencia entre el justo y el pecador es que todo justo tiene siempre un pasado y todo pecador tiene siempre un porvenir¿.



El Derecho es el instrumento para aplicar la justicia y son los jueces quienes lo utilizan. Y de pocos oficiantes de instrumento alguno y de pocos oficios se han hecho tantas frases y hay tantas historias y anécdotas sobre ellos, como las hay de los jueces. En el discurso de orden que el Día del Juez dijo en este Estado la jueza Celeste Liendo, recordó la clásica anécdota del incidente ocurrido entre Federico el Grande, Rey de Prusia, y un humilde molinero, a quien el Rey amenazaba con quitarle sus tierras si no se las vendía, a lo que el hombre le respondió altivamente: ¿Eso lo podría hacer usted si no hubiese jueces en Berlín¿. Pero quizás infortunadamente, sea necesario recordar aquel terrible decir del pensador francés Casimire Delavigne: ¿El Derecho es la más bella invención del hombre contra la justicia¿. Los ingleses suelen repetir un proverbio que parece confirmarlo: ¿El buen juez ¿reza el proverbio- debe ser justo, honesto, trabajador, estudioso, inteligente, sensato, ecuánime y si sabe algo de Derecho, no importa¿. Y otra es la reflexión del eminente penalista y criminólogo belga Etienne de Greef, quien en el epígrafe de una de sus obras, asienta: ¿Este libro lo escribe un hombre lleno de experiencia y de tristeza por el olvido que tienen los juristas de que la cosa juzgada es el hombre¿ Y el clásico filosofo del Derecho, Gustav Radbruch, enseña: ¿Lo que sirve para el juez en general, sirve muy especialmente para el juez penal: a una onza de jurisprudencia ha de corresponder un quintal de conocimiento del hombre y de la vida¿. Y se cuenta que cuando a Napoleón le preguntaron quien era el hombre más poderoso de la sociedad, respondió: ¿El juez penal¿. Y Albert Camus, Premio Nobel de la Literatura, se interroga en su ¿Calígula¿: ¿¿Pero quien se atrevería a condenarme en este mundo sin juez, donde nadie es inocente?¿. Y nuestra máxima figura intelectual, Andrés Bello, escribió que ¿los individuos del Poder Judicial tienen en sus manos una espada que no podrían esgrimir sin espanto si las pasiones o la ignorancia pudieran manifestarse impunemente¿. Por último, Bolívar, en su Proyecto de Constitución de 1826, sentencia: ¿El Poder Judicial contiene la medida del bien o del mal de los ciudadanos¿.



II

Señoras y Señores:



No representa ninguna originalidad el decir aquí ahora que la problemática básica estructural de nuestro Poder Judicial reside en la formación de nuestros jueces. Ya me referí a ello en la oportunidad en la que tuve el honor de Intervenir en este mismo Vargas, en la celebración del Día del Abogado y quiero insistir en ello porque me parece lo indispensable. Cuando me correspondió el honor de ser el Presidente de la Comisión de Administración de Justicia de la Asamblea Nacional Constituyente en 1999, en la ordenación legal que hicimos referente al Poder Judicial y al sistema de justicia, enfatizamos en la normativa referente al ingreso y a la formación de los juzgadores, en el articulo 255 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, que el ¿ingreso a la carrera judicial y el ascenso de los jueces o juezas se hará por concursos de oposición públicos que aseguren la idoneidad y excelencia de los o las participantes y serán seleccionados o seleccionadas por los jurados de los Circuitos Judiciales en la forma y condiciones que establezca la ley¿. Y personalmente propuse y logré la aprobación del párrafo de este artículo que dispone que ¿la ley propenderá a la profesionalización de los jueces o juezas y las universidades colaborarán en este propósito, organizando en los estudios universitarios de Derecho la especialización judicial correspondiente¿.



La idea especifica consiste en la apertura de postgrados universitarios para esa especialización judicial, semejantes a los tantos que existen para todas las disciplinas jurídicas: Procesal, Civil, Penal, Administrativo, Laboral, etc.



Se requiere la colaboración del sector universitario nacional para que procedan a organizar y ofrecer estos postgrados, los que evidentemente serán bien recibidos por los abogados del país y es de esperarse haya una muy nutrida inscripción en ellos. Ahora que ha sido creada la Escuela Nacional de la Magistratura, al aspirante a ingresar en ella podría exigírsele como uno de los requisitos, haber aprobado ese postgrado, el cual puede constituir una realidad inmediata, ya que su apertura y funcionamiento no requieren ninguna exigencia pedagógica que enfrente dificultades especiales. Me permito vaticinar que una vez que sea inaugurada esta especialidad en alguna de las universidades venezolanas y se evidencie su aceptación por parte de los abogados, muchas otras instituciones universitarias imitarán la iniciativa y abundarán los postgrados de Judicatura. Para bien de nuestra profesión y para bien de nuestra justicia.



La posibilidad de esta innovación es, pues, inmediata. A mediano y a largo plazo, se abren otros requerimientos que ya indiqué en aquella oportunidad, cuando me correspondió la honra de intervenir acá, como ya lo señalé, el Día del Abogado. Dije entonces y lo ratifico ahora, que es necesario hacer una revisión del pensum de estudios existente en nuestras Escuelas de Derecho para la formación del abogado. Se estudia la carrera en cinco (5) años y al cabo de ellos, debidamente aprobados, se obtiene el título de abogado. Esos cinco años de estudios, dije también entonces, son como un titulo rígido, enterizo, inexorable, inconmovible, que no ofrecen ninguna alternativa de variación. El estudiante se gradúa de abogado sabiéndolo nada de todo. Por eso, el año más difícil de la carrera es el sexto año, cuando el recién graduado se topa de frente con el ejercicio profesional.



Se le ocurre entonces a uno pensar, si no sería preferible aumentar la carrera a seis años (6) de estudio, divididos en dos ciclos. En el primero, de cuatro (4) años, se estudiarían las asignaturas jurídicas en general y en el segundo ciclo de dos (2) años, se ofrecerían estas tres (3) opciones: el litigio, la docencia e investigación y la judicatura. De esta manera, en el pregrado comenzaría la formación del juez. Para cada una de estas opciones, habría los respectivos postgrados. El egresado del postgrado correspondiente a la judicatura debería culminar su formación como juez, ingresando a la Escuela Nacional de la Magistratura. Concluidos allí sus estudios, deberá inscribirse en los concursos de oposición que prescribe el mismo artículo 255 de nuestra Constitución. Una vez que se haga juez, deberá ser objeto por parte de la Escuela Nacional de la Magistratura, de un seguimiento ininterrumpido, para su continua evaluación, perfeccionamiento, especialización y actualización.



Esta es la capacitación. Lo otro es lo ético. La conciencia ética del juez no se adquiere tanto en la información como en la formación porque la conducta ética, la moral, dígase lo que se diga, responde más al sentimiento que a la inteligencia, se halla más en el miocardio, en el corazón, que en la corteza cerebral. Se trata de una situación emocional antes que cortícal. No es tanta obra de bibliotecas sino fruto de ejemplos. La exigencia ética constitucional reposa en el artículo 267 de la Magna Carta, que dispone: ¿El régimen disciplinario de los magistrados o magistrados y jueces o juezas, está fundamentado en el Código de Ética del Juez Venezolano o Jueza Venezolana que dictará la Asamblea Nacional¿.



Este Código de Ética aún no existe. De acuerdo al Régimen de Transición del Poder Público, en tanto ese Código entre en vigencia y funcionen los Tribunales disciplinarios, continuará encargada de velar por la ética de nuestros jueces, la Comisión de Funcionamiento y Reestructuración del Sistema Judicial, que me honro en presidir.



Con una capacitación de esa naturaleza y con una forja de la conciencia ética judicial, es así, señores y señoras, como podremos decir que ¿¡tenemos Jueces en Berlín!¿.



En el reciente acto de apertura del año judicial, el doctor Iván Rincón, ex - Presidente del Tribunal Supremo de Justicia, anunció que la Escuela Nacional de la Magistratura, creada el pasado año, organizará un curso de capacitación de tres meses, con evaluación final para los jueces no titulares y que paralelamente se abriría un curso de capacitación de 18 meses y los alumnos que lo aprueben, participarán en concursos de aposición y de ganar ese concurso, serán jueces titulares. Esta iniciativa podemos considerarla de emergencia y ya significa una toma de conciencia vertida en una planificación concreta para iniciar una gestión suficiente dirigida a formar los jueces de Venezuela.



III



He hecho un largo recorrido antológico de criterios históricos sobre la justicia, el derecho y los jueces, porque quisiera que reflexionáramos sobre ellos, ahora que estamos iniciando un nuevo año judicial en nuestro Estado Vargas, mi Estado, en el que ojalá la justicia que se inaugura hoy, ofrezca la grandeza de igualdad y de transparencia que consagra perennemente ese mar nuestro, compañero grandioso, que nos rodea y nos ilumina día a día. Les invito a la actualización de esas valoraciones de los grandes para aplicarlas a la situación judicial venezolana en general y varguense en particular. No suelen ser frecuentes este tipo de mensajes, pero he preferido traer acá ante ustedes esas connotaciones trascendentales en lugar de hacer ¡otra vez! un inventario repetitivo de nuestros interminables achaques judiciales. Pero si hubiese que elegir necesariamente alguno de esos achaques, tendría que referirme a la deuda que, permanentemente, ha mantenido nuestra justicia con el penitenciarismo nacional. En la tragedia penitenciaria que, también permanentemente, sufre nuestro país, la responsabilidad prioritaria descansa sobre el Poder Ejecutivo, pero el Poder Judicial alberga una buena porción de ese grave yerro al mantener un alto retraso procesal y al no cumplirse enteramente las obligaciones que el Código Orgánico Procesal Penal le impone a los Jueces de Ejecución en sus artículos 479 y 486, como son, entre otras, velar por el cumplimiento adecuado del régimen penitenciario en los internados judiciales y en los centros de cumplimiento de pena y ¿en el ejercicio de tal atribución -establece la norma-, inspeccionar periódicamente los centros antes mencionados y podrá hacer comparecer ante sí a los internos con fines de vigilancia y control¿. Esto, es doloroso registrarlo, en general, no se cumple. De cumplirse debidamente, ya hubiese sido lograda nuestra reforma penitenciaria. Así de sencillo.



Se está abriendo en estos momentos, otra vez, un nuevo abanico de vida para nuestra justicia que en pocas ocasiones ha sido un objetivo de tanta agresividad crítica como en estos últimos años venezolanos. Lamentablemente, está ocurriendo, como ha sucedido pocas veces en nuestra historia, un entrecruzamiento que podríamos calificar de encarnizado entre lo político y lo judicial, en el cual la justicia ha sido, como siempre sucede, la perdedora. Recuerda uno la frase de un ingenioso político venezolano de reciente data que declaró una vez a la prensa: ¿Hemos hablado tan mal todos de las justicia en Venezuela, que los reos casi tienen el derecho de esconderse¿.











Señoras y Señores:



Y concluyo diciendo, naturalmente, de mi gratitud hacia el señor Juez Rector de Vargas y hacia todos ustedes por haberme dado la oportunidad de pisar otra vez mi tierra varguense. Ya he afirmado en otra ocasión que sobre esta tierra aprendí a caminar y bajo esta tierra duermen los míos. Y he agregado que por eso esta tierra es y lo será, hasta el fin de mis días, mi tierra sagrada, mi tierra prometida, mi tierra santa. Ella el rincón del planeta que más quiero. Esta Catia La Mar donde estamos y el Mamo vecino, eran mis predios de correrías infantiles con mis hermanos y con mis primos. Por eso, comencé invocando un noble recuerdo de mi Maiquetía, el del doctor Eudoro Olivares Carías, aquel ejemplar juez maiquetieño en cuyo rostro el niño que fui, veía estampada la justicia. Cuando pensaba en esto, recordaba a Góngora, el gran poeta cordobés: ¿Quisiera volver a las sencillas cosas: -El agua, el pan, un cántaro, unas rosas¿. Volver, sí, a la sencillez de la justicia encarnada en la conducta de aquel juez justo de mi pueblo pequeño. Y si se trata de hacer poesía del recuerdo, termino esta expresión de mi lealtad con los míos, diciendo, en los versos de Ramón del Valle Inclán:



¿¡Oh los viejos abuelos, las memorias lejanas!

¡Oh tierra, pobre abuela olvidada y mendiga!¿



SEÑORAS Y SEÑORES:

HE DICHO.
Autor:
  Elio Gómez Grillo

Fecha de Publicación:
  03/02/2005

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